Cenizas que dan vida. Un camino de fe y felicidad plena escrito por Paolo Scquizzato y publicado por Paulinas, Madrid 2020. Páginas 112.
La Cuaresma no es un tiempo para la mortificación sino para renacer a una nueva vida, para despertar lo dormido, para reavivar las brasas que hay aún ardientes bajo las cenizas. Para liberar la fuerza del amor que palpita en nuestro interior.
Autor: Paolo Scquizzato
Paolo Scquizzato pertenece a la comunidad de sacerdotes del Cottolengo, se dedica a la predicación y a la formación espiritual, principalmente del laicado; dirige la casa de espiritualidad «Mater Unitatis» de Druento (Turín).
Cenizas que dan Vida
Lo normal es que al escuchar la palabra «cuaresma» nos sintamos dominados por la tristeza. Nos suena a un tiempo oscuro, deprimente, lleno de obligaciones y prohibiciones. Y de palabras que no invitan precisamente a la alegría: penitencia, sacrificios, ayuno, abstinencia, pecado, compunción, mortificación….
Por lo tanto, ¿tiene sentido aún en nuestros días hacer un recorrido personal y comunitario, para que lleguemos a vivir en profundidad la fiesta de la Pascua? Sí, tiene sentido, pero solo si recuperamos la esencia de la Cuaresma, su significado más auténtico.
La Cuaresma no es un tiempo para «llegar a ser mejores», porque Dios no desea mujeres y hombres perfectos, irreprochables, «santos». Eso solo nos puede llevar a creernos superiores y a exigir la misma perfección a los demás. Lo único que desea nuestro Padre es que nos sintamos felices, amados y agradecidos por ser sus hijas e hijos.
Camino de fe
Lo importante, el sentido profundo de la Cuaresma solo se percibe cuando se abandona el entorno sofocante de la religión y nos adentramos con gozo en el de la fe. Porque la fe nos ayuda a entrar en el terreno fecundo de la confianza, la libertad, la apertura incondicional y al cuidado al otro, a lo inefable de la existencia, a la sorpresa continua de lo cotidiano.
Dios no desea por lo tanto nuestra perfección, sino la liberación de lo que nos oprime, que alcancemos la plenitud a la que estamos llamados, la dicha de vivir, la realización de nuestras capacidades, la culminación del amor en nuestra existencia, para convertirnos en don para los demás.
El pecado que cometemos no nos puede sumir en un sentimiento de culpa y de fracaso, sino a desprendernos del egoísmo, del individualismo, de un culto excesivo al ego. Sabiendo que la vulnerabilidad, la fragilidad también forman parte de nosotros, y que debemos aceptarlo con madurez, de forma serena y, muchas veces, con sentido del humor.
Camino de felicidad plena
Así la Cuaresma se convertirá en un sendero de sensibilización, de humanización, que hay que recorrer para alcanzar lo que ya anida en nuestro interior, a lo que estamos llamados, para retomar la tarea de volver a la luz de la existencia y así dar fruto en abundancia.
Para que este camino de amor sea sincero, tenemos que mostrar interés y cercanía ante las necesidades y los sufrimientos de las personas que nos rodean, en nuestra familia, en la sociedad, en nuestro mundo y, en la medida de nuestras posibilidades, dar una respuesta real de fraternidad y solidaridad. Solo así la Cuaresma nos ayudará a resucitar a la verdadera vida en Pascua.
Y también deberemos mostrar una atención particular, además de lo divino que hay en los demás, en la naturaleza y en el universo, a la divinidad que habita en nosotros mismos. La escucha y la percepción de esta en nuestro castillo interior, en lo más íntimo de nosotros mismos, nos ayudará a reforzar todas las capacidades que tenemos y a despertar en nosotros la alegría de vivir en plenitud.
