¿Quiénes son las Hijas de San Pablo?

Hijas de San Pablo

Nosotras, Hijas de San Pablo, conocidas en todo el mundo como hermanas Paulinas, somos una congregación de mujeres consagradas.

Como apóstoles de Jesucristo en el mundo de la comunicación, nos sentimos enviadas a anunciar el Evangelio en todo el mundo y con todos los medios que el progreso y el ingenio humano pone en nuestras manos.

Nuestro nombre manifiesta una relación particular con el apóstol Pablo, nuestro modelo y referencia constante en la vida y en el desarrollo de la misión. Siguiendo sus pasos, queremos recorrer los caminos para que la Palabra de Dios pueda llegar hoy a todos.

Beato Giacomo Alberione
Beato Santiago Alberione

Hemos sido fundadas en el año 1915 en Alba, provincia de Cuneo (Italia), por el beato Santiago Alberione. Al lado de él, una presencia muy significativa e importante para la fundación de la Congregación, fue la joven Teresa Merlo, que llega a ser la primera superiora general y “madre del instituto”.

Al anuncio del Evangelio dedicamos todas nuestras fuerzas, creatividad, energías, toda la vida, para que su lógica penetre en la cultura, las leyes, en la vida, en toda relación.

Vivir y comunicar a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, no es un slogan para nosotras, sino el núcleo esencial de un carisma, el paulino, que nos empuja a ser comunicación viviente de Jesucristo, con todos los medios y en todo el mundo.

Hoy estamos presentes en 52 naciones, con unas 240 comunidades.

Nuestro desafío

Inculturar el Evangelio en la actual y compleja cultura postmoderna de la comunicación, asumiendo cada lenguaje y permitiéndole llegar a todos los pueblos.

Nuestro estilo

Hablar de todo cristianamente. Nuestro “hablar” está hecho de palabra escrita y pronunciada; de imágenes creadas y reproducidas; de música, cantada y escrita; de todo aquello que siendo comunicación nos permite llegar a la persona, para formarla en sus dimensiones humanas, antes que cristianas.

Nuestro sueño

Fotografía de la Maestra Tecla Merlo
Madre Teresa Merlo

¡Que cada mujer y cada hombre en la tierra, dondequiera que vivan, en cualquier calle, autopista que frecuente, ya sea física o virtual, puedan sentirse alcanzados por Dios!

¡En esta extraordinaria aventura no estamos solas! Formamos parte de una gran familia pensada y querida por nuestro fundador para ser Pablo vivo hoy. Con la Sociedad de San Pablo, primer Instituto entre los diez que han sido fundados, compartimos la misma especificidad apostólica; siguen (después), las Hermanas Pías Discípulas del Divino Maestro, las hermanas de Jesús Buen Pastor (Pastorcitas), el Instituto Reina de los Apóstoles (hermanas Apostolinas); cuatro Institutos agregados: San Gabriel Arcángel, Jesús Sacerdote, María Santísima de la Anunciación, santa Familia; y la Asociación Cooperadores Paulinos. Todos juntos damos vida a la Familia Paulina.

Misión y espiritualidad. La fundamental y necesaria unión de «acción y contemplación».

Presencia en ferias del libro

Misión y espiritualidad son para cada paulina un binomio inseparable, que, dice la fundamental y necesaria unión de “acción y contemplación”, es como un río con su fuente.

No hay otras cosas que hacer, para una paulina, sino el Evangelio que vivir y anunciar, en todos los lugares, tanto en las capillas o en la editorial, gráfica, librerías, imprentas, centro de comunicación; en cada momento de la vida, tanto en la juventud como en la madurez, o en la impotencia a causa de la enfermedad.

Desde el mundo al Sagrario, de la Eucaristía celebrada y adorada a la gente, de la Palabra estudiada y meditada a los púlpitos del anuncio: esta constante circularidad expresa la unidad de vida que cada Hija de San Pablo está llamada a vivir, descubriendo, como esencial, aquella dimensión mística del apostolado que es la raíz de toda fecundidad.

Como san Pablo, así la vida de cada paulina, tiene en el centro de su vida a Jesucristo Maestro, Camino, Verdad y Vida: de Él, de su amor por la humanidad, se deja enviar, empujar, estimular y escuchar, del Espíritu del Resucitado, los nuevos caminos para explorar y recorrer.

Como María, Reina de los Apóstoles, primera apóstol y comunicadora de la Palabra encarnada, así cada paulina da, con su vida, Cristo al mundo, transformando con implacable e incansable creatividad, la Palabra en anuncio y en testimonio.

Nosotras, las  Hijas de San Pablo, vivimos en comunidad, en un clima familiar y sencillo, y toda nuestra vida converge en aquel encargo misionero que nutrimos (y alimentamos) y, a través de la comunicación, recorremos todos los caminos del mundo, también los digitales, para comunicar a Dios a la humanidad de nuestro tiempo.

La meditación de la Palabra de Dios, la participación en la Celebración Eucarística y la Adoración cotidiana, alimentan nuestra vida y orientan nuestras decisiones enseñándonos a discernir los signos de los tiempos y a responder a las  necesidades del pueblo de Dios.

Los horizontes universales, un corazón como el océano, una parroquia que tiene como confines el mundo, la apertura a todos los pueblos, la audacia al realizar iniciativas en situaciones siempre nuevas sobre la comunicación, son solo algunas de las mil(es) caras de la preciosa herencia que el fundador, beato Santiago Alberione, nos ha dejado a todas nosotras para continuar dando vida, en la historia, al carisma paulino, que a través de sus manos ha llegado a nosotras, como don de Dios, que hay que reavivar constantemente.

Centenario. 2015, una gran efeméride. Cumplimos 100 años.

¿Qué son 100 años de vida de una congregación religiosa en comparación con la historia de toda la humanidad o, incluso, de dos mil años de historia de la Iglesia? Un pequeño “trozo”, hecho de personas y eventos, de proyectos y de logros, de sueños y de aspiraciones. El padre Alberione, cuando hace memoria de su intuición carismática para narrarla a sus hijos espirituales, dice que se «tendría que relatar una doble historia: la de las divinas misericordias, para cantar un vibrante “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres”. Y también la humillante historia de la falta de correspondencia al exceso de la divina caridad y componer un nuevo y doloroso “Miserere”» (Abundantes divitiae 1).

Cientos de años multiplicados por miles de vidas, miles de mujeres de distinta situación social y de edades, que en los cinco continentes han dedicado todas sus energías espirituales, intelectuales y físicas para dar vida y continuar el sueño del p. Santiago Alberione.

Sor Ana Maria Parenzan, Superiora General

Cien años de evangelización con la prensa y, poco a poco, con todos los medios de comunicación que el progreso ha puesto a su disposición, hasta hoy, para hacer resonar el Evangelio y los valores humanos y cristianos en la cultura de la comunicación. En estos cien años han cambiado los medios y los lenguajes, pero el proyecto ha quedado intacto: «vivir y dar al mundo a Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida», para llevar a todo hombre y mujer de buena voluntad el Evangelio, que nos describe la misión de Jesús: revelar el misterio del amor de Dios Padre para la humanidad.

Una celebración de familia, de Iglesia, para cantar Gloria al Señor, por todo lo bueno que como Hijas de San Pablo hemos realizado en España, en el mundo, con el apostolado de la prensa y de los medios de comunicación, al servicio de la Palabra que salva, de la promoción de la cultura; por las semillas de santidad que ha derramado entre nosotras, semillas que se han convertido en frutos maduros en Maestra Tecla, hoy venerable; y después de ella, en muchas paulinas que en distintos países del mundo han dado lo mejor de sí mismas, afrontando precariedades de muchas clases, conscientes de su propia pobreza, asumiendo el ideal del Apóstol Pablo: «Porque si predico el evangelio, no tengo de qué sentir orgullo; es mi obligación hacerlo. Pues ¡ay de mí si no evangelizare!» (1Cor 9,16). Y con el himno de alabanza a Dios por lo que ha realizado en cien años de vida y apostolado, también pedimos perdón por las «infidelidades a la divina caridad», por falta de confianza en su presencia y en su compañía, por la falta de fe en él, que cumple lo que ha comenzado en nosotros y a través de nosotras.

Cien años para hacer memoria del camino recorrido teniendo clara la meta: «… un trabajo más intenso de santificación para continuar después y con mayor fervor. (…) Hemos nacido para dar a Jesucristo Camino, Verdad y Vida, la doctrina dogmática, moral y enseñar a la humanidad el camino para llegar a Cristo Jesús. Hemos venido para realizar un apostolado, con el espíritu y el poder de san Pablo y tenemos que hacer esto» (FSP50-53, nº 42).

Un año dedicado a la celebración del centenario de la Fundación es una buena oportunidad para renovar la conciencia de nuestra vocación específica: «Hermanas de todos los continentes, hablamos el lenguaje que el Espíritu ha puesto en nuestros labios y en nuestros corazones, a través del carisma que nos ha dado. Es el lenguaje de la fe que se abandona, cada día, a la gracia del Pacto. Es el amor que nos hace, como Pablo, “todo a todos”. Es el lenguaje de la alegría que manifiesta, al mundo de hoy, la buena noticia del Evangelio. Es el lenguaje de la gratitud, que contempla las maravillas de Dios. Es el lenguaje que valora los logros del progreso para indicar, a todos, “el camino luminoso de la forma de vida”» (Sor Ana Maria Parenzan, Superiora General).

Explicación del logotipo del centenario

La llama simboliza la presencia del Espíritu Santo, que ha inspirado a don Alberione a hacer de nosotras apóstoles del Evangelio con los medios de comunicación social, implicando en la realización del carisma a Maestra Tecla, colaboradora sabia y fiel.

La sombra de la llama representa la acción del Espíritu que, en los cien años de nuestra historia, ha reavivado continuamente en nosotros el ardor misionero, en el seguimiento del Maestro, siguiendo las huellas de Alberione y Tecla.

Las dos llamas, entrelazadas, nos empujan hacia el futuro para que, iluminadas por la Palabra, irradiemos la luz del Evangelio en el mundo.

Logotipo del centenario de la congregación Hijas de San Pablo

Historia de Paulinas

Los inicios de una gran historia no siempre coinciden con acontecimientos extraordinarios. Frecuentemente surgen como simples y, aparentemente, encuentros casuales que hacen cambiar la vida de quienes lo viven y transforman decisivamente el futuro.

¿Vale también esto para nosotras?

La chispa de donde comienza nuestra historia tenemos que buscarla en una iglesia, para ser más exactas hace 100 años en una sacristía.

El 27 de junio de 1915 para Teresa, joven de veintiún años, fue un día inolvidable, y también para el p. Alberione, joven sacerdote con treinta y un años, y para nosotras, hermanas Paulinas que desde entonces hemos empezado a dar los primeros pasos. Teresa, con el pequeño grupo de jóvenes mujeres, acogen la invitación del p. Santiago y, cosiendo la ropa para los soldados, empiezan a formarse para ser apóstoles de la Buena Prensa, de la Palabra  escrita, del Evangelio anunciado con todos los medios más poderosos y eficaces que el progreso proporciona en cada momento.

«En los primeros diez años de nuestra congregación (1915-1925) –escribe sr. Asunta Bassi, una de las primeras hermanas– sentimos la necesidad de plantearnos la pregunta: ¿Qué significa para mí la Biblia? ¿Qué significa para mí un folleto, un periódico, un libro? ¿Qué sentido tiene, para mí, dedicar toda mi vida a imprimir y a difundir? […] Creo que era impensable poder vivir nuestra vida sin profundas y claras convicciones en relación a una nueva misión, exigente, desafiante y, en ese momento, poco comprendida y humanamente poco gratificante».

Tanta pobreza, mucha incomprensión, incapacidad, poca experiencia: esto ha caracterizado los inicios, pero desde muy pronto una cosa ha estado clara: lo que estaba naciendo era la voluntad de Dios. «Fue verdaderamente un surgir desde Belén. […] La pobreza de los inicios era pobreza de medios, de cultura, de experiencia, de todo –subraya sr. Asunta–, pobreza de todo, excepto el convencimiento de haber sido llamadas por Dios y por Él enviadas».  Y Dios se habría hecho garante de todo, por la fe: de la fundación y los comienzos, surgidos durante la Primera Guerra mundial, a la expansión misionera y apostólica que encontraría con el segundo conflicto bélico; de la apertura de nuevas comunidades en el mundo, a los inicios de nuevas actividades apostólicas (entre los años 1928 y 1929 las librerías, en 1931 Familia Cristiana, y entre 1937 y 1945 el cine).

Llega a ser más claro cuando el fundador escribía a las jóvenes y audaces hermanas: «Nuestras librerías no son para hacer dinero, sino para beneficio de la gente. La librería es un Templo; el librero un predicador». Y esta afirmación de julio de 1946 se podría ampliar a todas las obras apostólicas, que debían ser espacios y posibilidad de orientación, educación social, anuncio del Evangelio, centros de luz y calor en Cristo Jesús.

La posguerra ha señalado un impulso más fuerte y decisivo. Se trata de volver a empezar, pero dando un nuevo sentido. Se ha tratado de estudiar, de escuchar las necesidades de las personas, para evitar derrochar energías en algo que nos hubiera hecho perder tiempo y fuerzas.

Desde el 1953 hasta los años 80, el apostolado paulino ha vivido el mayor florecimiento de su historia, atravesando años de recuperación social, pero también años de fuertes contrastes y renovación a nivel eclesial. En estos años, la redacción entendida en el sentido, hoy diríamos, multimedial, tiene un desarrollo considerable: la casa de las escritoras, el centro catequético y sus revistas Via Verità e Vita y Catechisti Parroquiali, el centro ecuménico Ut unum sint, el Centro de estudios San Pablo Film y las preciosas fichas de películas, el sector audiovisual con sus productos musicales, películas y documentales catequéticos y, finalmente, la preparación de exposiciones y charlas para la animación catequética, la fiesta del Evangelio, las misiones bíblicas. Años de grandes fermentos en los que se unen nuevas formas para la difusión, que se ponen al lado de forma decisiva a las muchas librerías Paulinas presentes ya sobre el territorio.

¿Y hoy?

Después de una gloriosa historia que contar, los años 90 y la evolución de la web 2.0 nos entregan un precioso cometido de una gran historia que hay que seguir construyendo.

Delante de nosotras se abren, cada vez más deprisa, nuevos caminos; nos ponen en nuestras manos nuevas posibilidades que estamos explorando con el coraje y con la pasión de siempre por el Evangelio. Nuestra presencia en la web, intentos de evangelización digital, los centros y los caminos en la formación sobre la comunicación, el nuevo rostro de la editorial, las nuevas comunidades sociales… todo muestra el desarrollo de una historia que no puede escribirse todavía. Solamente vivirla.

No existe un punto que podamos poner al final de esta historia, porque esta ha sido construida con el coraje, la audacia, la fe de quien nos ha precedido, está viva y, como preciosa semilla, silenciosamente, continúa para florecer y llevar fruto al corazón de quien lo acoge.

Reunión hijas de San Pablo

Beato Giacomo Alberione. El fundador.

El beato Santiago Alberione (4 de abril de 1884-26 noviembre de 1971), consciente de la urgencia de la evangelización, se desveló hasta que en la iglesia los «medios más rápidos y eficaces», que el progreso habría puesto a su disposición, fueran utilizados para «dar al mundo a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida». Para este ideal fundó la Familia Paulina, diez instituciones al servicio del anuncio del Evangelio.

«El mundo necesita una nueva, gran y profunda evangelización… –decía en 1926–. Se necesitan medios proporcionados, y almas encendidas de fe». Pocas palabras para sintetizar la historia de un hombre que, atento a los signos de los tiempos, percibió la exigencia de renovar las formas del anuncio del Evangelio. Y de esto surge una genial idea que poco a poco va desarrollando. Su historia comienza desde lejos…

Datos biográficos

Santiago Alberione nace en san Lorenzo de Fossano (Cuneo) el 4 de abril de 1884, el quinto de siete hermanos de Michele y Teresa Allocco, campesinos que, de las sanas tradiciones relacionadas con la tierra, habían heredado un estilo de vida sencillo y laborioso, una fe profunda y creativa. Recordando las gracias maravillosas que el Señor había obrado en él (del libro Abundantes Divitiae…), en el año 1953 Don Alberione cuenta a sus hijos e hijas espirituales que cuando tenía seis años, la maestra le preguntó a él y a otros alumnos que pensaban hacer en el futuro. El pequeño Santiago con decisión manifestó la intención de ser sacerdote  (cf AD 9).

Entró en el seminario de Bra, de donde fue expulsado porque, como apasionado lector, vivió un tiempo de  desorientación. Enseguida fue acogido en el seminario de Alba y a la edad de dieciséis años, la noche que dividía el siglo XIX del XX, marcó su vida. Después de la celebración eucarística, delante del Santísimo Sacramento, el joven seminarista siente –como él mismo recuerda– que «de la Hostia vino una luz especial: mayor compresión de la invitación de Jesús: “Venid a mí todos”, (le pareció comprender el corazón del gran Papa, las invitaciones de la Iglesia, la verdadera misión del sacerdote»). Y desde esa llamada, maduró su respuesta: «…prepararse para hacer algo por el Señor y por los hombres del nuevo siglo, con quienes habría de vivir» (AD 15).

«Vagando con la mente en el futuro, le parecía que en el nuevo siglo personas generosas sentirían cuanto él sentía, (…) que el siglo naciera en Cristo-Eucaristía; que nuevos apóstoles sanearan las leyes, la escuela, la literatura, la prensa, las costumbres; que la Iglesia tuviera un nuevo empuje misionero; que se usaran bien los nuevos medios de apostolado» (AD 17-18).

Estos pensamientos dominaron siempre la oración, el trabajo interior y las aspiraciones. Se sintió obligado a «servir a la Iglesia, a los hombres del nuevo siglo y a trabajar con otros en organización» (AD20).

Ordenado sacerdote en el año 1907, al año siguiente el obispo de Alba, Monseñor Francisco Re, le confió el encargo de enseñar en el seminario y lo nombró director espiritual de los seminaristas. A estas actividades se unió el estudio y una notable sensibilidad por las cuestiones sociales, que poco a poco le permitieron realizar su sueño: fundar «una organización católica de escritores, técnicos, libreros, distribuidores, pero religiosos y religiosas». Don Alberione había comprendido que de esta forma habría «más unidad, más estabilidad, más continuidad, más sobrenaturalidad en el apostolado». Maduró el ideal de formar una organización no laica sino «religiosa, donde las fuerzas están unidas, donde la entrega es total, donde la doctrina será más pura» (AD 23-24).

Padre Alberione filmando con una cámara de cine

De su espíritu de fe surge una familia religiosa, la Familia Paulina: diez instituciones que comparten la misma espiritualidad basada en Jesús Maestro, como la había conocido y testimoniado el Apóstol Pablo, y teniendo como referencia a María Reina de los Apóstoles. Diez voces que, como una única sinfonía, fieles a la misión recibida del Fundador, se empeñan en «vivir y a dar al mundo a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida», sirviéndose de los «medios más rápidos y eficaces» de la comunicación social, que las cambiantes condiciones de los tiempos poco a poco van ofreciendo. Un ideal genial, que poco a poco llegará a ser realidad.

Después de haber visto crecer y consolidarse la Familia Paulina en los cinco continentes, don Alberione muere en Roma el 26 de noviembre de 1971. San Juan Pablo II lo proclamó beato el domingo 27 de abril de 2003.

Tecla Merlo. Nuestra fundadora.

La hermana Tecla Merlo (20 de febrero 1894- 5 de febrero 1964), colaboradora fiel de D. Alberione, con toda su vida nos ha dado testimonio de la entrega al Evangelio, que ella lo manifestaba en el encuentro con el Señor y Maestro, y nos ha enseñado a llevar a cabo en la compleja y rica realidad de la comunicación actual la experiencia de una vida que encuentra en la Palabra de Dios su fuente inspiradora.

«Agradezcamos al Señor por habernos llamado a este apostolado, por habernos dado esta vocación, que es vocación apostólica, con la que podemos realizar la misión de Jesús y de los apóstoles. San Pablo, el gran apóstol, nos conceda el amor al apostolado, que sepamos sacrificarnos por las almas» decía la hna. Tecla en 1955. Gratitud por la vocación, amor por el apostolado, sacrificio por las almas: estos son los preciosos dones que hoy nos entrega Maestra Tecla, que ha comprendido y ha realizado de forma admirablemente el carisma paulino, en la escuela del Beato Santiago Alberione.

Datos biográficos

Tecla Merlo, Teresa de bautismo, nació en Castagnito (Cuneo) el 20 de febrero de 1894, la segunda de cuatro hijos de Héctor y Vincenza Rolando. Maduró su vocación religiosa en su familia, ideal que en un primer momento no pudo realizar debido a su frágil salud. Entonces puso en marcha un pequeño taller de confección donde, además del arte de coser y bordar, enseñaba a las jóvenes los valores de la vida cristiana.

El 27 de junio de 1915, a través de su hermano Leone Merlo, seminarista, se reunió con el p. Alberione en la sacristía de la iglesia de San Damián, en  Alba (CN). Don Alberione le pide a Teresa que confíe en él y que acepte trabajar en el taller de costura que había comenzado unos días antes, el 15 de junio, en Alba. Teresa aceptó, acogiendo en esa propuesta la posibilidad de realizar su deseo, el de hacer la voluntad de Dios.

El 15 de junio de 1915, es el punto de partida… Primer paso: junto con algunas jóvenes, bajo la guía paterna del p. Alberione, inicia una comunidad religiosa femenina, que se dedicaba a coser camisas para los soldados. La etapa decisiva es el año 1918: el Obispo de Susa le pidió al p. Alberione asumir la impresión y difusión del periódico diocesano la Valsusa. Es el inicio formal del apostolado de la prensa para Teresa y las otras jóvenes que vivían con ella. Un pequeño grupo se trasladó a Susa; en la sala donde se componía y se imprimía el periódico, había una pintura que representa al apóstol Pablo. Y así la gente, amablemente, empezó a llamarlas «las hijas de san Pablo».

En 1922 Teresa vuelve a Alba donde, con las otras ocho compañeras, emite los votos religiosos tomando el nombre de «Tecla». Don Alberione en ese día también le confía la tarea de Superiora General de las Hijas de san Pablo.

Otro paso importante es el comienzo de la presencia de las Paulinas en Roma. En 1926 don Timoteo Giaccardo, primer discípulo y colaborador del p. Alberione, y Maestra Amalia Peyrolo (FSP) llegan al corazón de la cristiandad, son recibidos por los monjes benedictinos de la Abadía de san Pablo extramuros. En 1929, el obispo de Alba, Monseñor Francisco José Re, erigió la Pía Sociedad de las Hijas de San Pablo a Congregación de derecho Diocesano.

En 1953 es reconocida como Congregación religiosa de derecho Pontificio, con la aprobación de las constituciones. Entre 1929 y 1931 las Paulinas empiezan a fundar en varias ciudades primero en Italia y luego en el mundo. Y muy pronto, Maestra Tecla realiza innumerables viajes para visitar a sus «hijas» diseminadas en muchos países de los cinco continentes; para animar al compromiso de la vida Paulina, comenzar la redacción, la impresión y la difusión. A todas acoge con el amor de una madre atenta y participando del camino de cada realidad individual, de cada parte del mundo que ha conocido, para «hacer el bien». «Nosotras, llamadas a un apostolado tan amplio que puede abrazar todo el mundo, sintamos la necesidad de ayudar a estas pobres almas, hacerlas el bien, contribuir a su salvación, tanto con la oración como con todo el apostolado» (T. Merlo, Vi porto nel cuore, Roma 1988, nº 124).

Maestra Tecla muere en Albano, en el hospital Regina Apostolorum, el 5 de febrero de 1964. Tres años antes, en 1961, durante un curso de ejercicios, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, había ofrecido su vida para que sus «Hijas» fueran santas.

Decía: «Todas vosotras, ¿estáis todas orientadas por el camino de la santidad? Lo más importante que debemos hacer es simplemente hacernos santas. Primero hacernos nosotras y después realizar el apostolado» (CSAS 38.10)… «El Señor nos invita a una gran santidad. Nos ha llamado a la vida apostólica, que es la vida más preciosa, la vida más hermosa, la misma que vivieron Jesús y los apóstoles. La vida apostólica: es decir, hacernos santas nosotras y trabajar para la gloria de Dios y la salvación de las almas» (CSA 51.11).

La congregación de las Hijas de San Pablo está presente en 52 países, participan en la evangelización con la prensa, los instrumentos de comunicación que el progreso ofrece y, haciendo resonar el anuncio de la buena noticia del Evangelio en la cultura de la comunicación.

Las 42 webs actualmente activas, demuestran el dinamismo y la amplitud de una presencia que no se contenta con dar información, sino que está en primera línea en la formación de la conciencia, en la dinámica comunicativa y está siempre preparada para explorar nuevas formas de apostolado.

Puedes consultar nuestra web: www.paoline.org, disponible en cinco idiomas y que permite acceder al mundo de las Paulinas.

La Familia Paulina

Enlace a Paoline.org (web internacional de la institución).
Enlace a la web de mensajes a Tecla Merlo en español.
Enlace a buscoalgomas.com (vocaciones paulinas)
Enlace al cooperador paulino