NINGÚN CARISMA BASTA POR SÍ SOLO. El final de los espacios cerrados escrito por Rino Cozza y editado por Editorial Paulinas, Madrid 2019. Páginas 192.
Se suele pensar que los carismas son monopolio de los religiosos y religiosas, pero son dones que el Espíritu da a todas las personas, para el mutuo enriquecimiento. Para abrirse a un carisma y que dé fruto hay que aceptar, cuidar y alimentar lo que ya se tiene para llegar a ser lo que ya se es potencialmente.
Autor: Rino Cozza
Rino Cozza es presbítero de la Congregación de San José (Josefinos de Murialdo). Graduado en Teología dogmática, se doctoró en Teología pastoral y colabora con la publicación mensual Testimoni, del Centro Editorial Dehoniano y con algunos «observadores» de búsqueda socio-religiosa.
Ningún carisma basta por sí solo
El carisma no se refiere en primer lugar a una función. El término viene de charis, es decir, gracia, caricia de Dios. Optar por un carisma no es encontrarse con algo exterior, sino con nosotros mismos, descubriendo una verdadera consonancia entre la propia realidad interior y la realidad con la que se encuentra.
En sí mismos, los portadores de un carisma no son necesariamente personas más «virtuosas» que otras, sino personas que «son» y que hacen lo que son (vocación). No es un tema ético, sino ontológico: es el ser profundo de una persona que se manifiesta y brilla, porque cuando nos encontramos con un verdadero portador, sobre todo en lo referente al compartir.
Carismas: dones del Espíritu santo
Suele pensarse que los carismas (en sentido estricto) son monopolio de los religiosos y religiosas. Pero el Papa recuerda que los carismas «no son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo». Así que, «un Instituto no es el heredero exclusivo del carisma inicial, y los asociados tienen por tanto el derecho a considerarse como herederos plenarios y legítimos del carisma: porque también ellos son portadores de su legado».
Por tanto, todos los cristianos son destinatarios de los dones del Espíritu; de hecho, en la Iglesia, la mayor parte de los carismas que han dado vida a institutos de vida consagrada han nacido de laicos y laicas: pensemos en san Francisco, santo Domingo y, en este último siglo, en la explosión de distintos carismas, obra, en su mayoría, de laicos y laicas. Entre los cristianos hay religiosos y religiosas para quienes serlo no es una añadidura a su ser cristianos, sino una manera concreta con la que el Espíritu les llama a pertenecer a la Iglesia, mostrando y promoviendo significativamente un particular carisma.
El final de los espacios cerrados: hacer cosas juntos
Hoy, como nunca antes, la actual situación de un mundo interdependiente requiere un replanteamiento creativo del modelo relacional de todo carisma, de lo contrario caeremos en un inevitable destino de distanciamiento, con la consecuencia de que algún carisma se vuelva insignificante.
Un nuevo inicio está en la capacidad de poner fin al final. Se puede terminar porque se convierte en algo muy distinto del carisma original; y a veces ya está muerto incluso cuando parece gozar de buena salud. Una obra nacida de un carisma puede morir porque se cierra (por falta de religiosos), pero puede morir carismáticamente porque se ha convertido, día tras día, en una institución que ha perdido el contacto con los fines de su misión original. Y así, después de haber nacido para promover una causa o servir un ideal, nos encontramos promoviendo y sirviendo otra causa y otros ideales.
Toda forma de vida evangélica, para ser figura de la Iglesia en su interior, deberá crecer según los modelos relacionales y participativos que manifiestan la forma de una Iglesia sinodal, inclusiva, para poder aprender siempre unos de otros.