Sal, no miel
«Una cristiandad no se nutre de mermelada más de lo que se nutre de ella un hombre. El buen Dios no escribió que somos la miel de la tierra, muchacho, sino la sal. Nuestro pobre mundo se parece al viejo padre Job, lleno de llagas y úlceras, sobre el lodo. La sal quema al contacto con la piel. Pero también evita que se pudra» (Georges Bernanos, Diario de un cura rural).
Siguiendo el ejemplo de esta afirmación cruda pero realista de Bernanos, Luigi Maria Epicoco acompaña al lector en un replanteamiento real del potencial que contiene la vida cristiana, partiendo del rechazo de una cierta visión de la fe «para sentirse bien» y recordándonos que la vida del creyente no depende de ninguna otra ley que no sea la de la Caridad de Cristo, que nos fue concedida en el Bautismo.
Un cristiano no puede contentarse con tener una pobre vida interior, porque no puede contentarse con lo mínimo. Al contrario, debe profundizar en su propio hondón personal, para encontrar la veta de agua de la vida espiritual que corre en su interior y darse así cuenta de que esa vida no depende de él, pero que está presente en él: es la vida del Espíritu.
Una Fe que escuece
La potencialidad que nos introduce a cada creyente el Bautismo puede resumirse en las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, que desembocan en la forma de vivir según Cristo, según nos lo relatan los evangelios: una existencia gozosa, entregada y libre, porque es amada.
Sal, no miel. Por una Fe que escuece de Luigi Maria Epicoco propone, por tanto, reflexionar y repensar estas tres virtudes a partir de la existencia misma, iluminadas por algunos relatos bíblicos, que se convierten en pistas y provocaciones para una más plena vida de todos. Quien intenta vivir en presencia del Señor, para servirle porque le reconoce en algo sagrado, comprende que lo profano es igual de sagrado y por eso lo hace todo con amor.
Vivir en unión y siguiendo a Cristo, produce a la fuerza la purificación de los ídolos, eliminando las falsas imágenes para restaurar una presencia. Pero podemos decir aún más: nos transforma de manera radical. Cuando Jesús recobra en nosotros la exclusividad, significa entonces que hemos retomado de manera sana nuestra vida espiritual.
Con la lógica de la encarnación no buscamos ya un ideal, sino algo real: Cristo es la carne de nuestros hermanos. Ellos son la extensión, en el espacio y en el tiempo de la historia, de Cristo.
Un libro que nos provoca y nos cuestiona
Este no es un texto tranquilizador… de hecho hay poca «miel». De hecho es un libro que nos provoca y nos cuestiona. Un libro que echa «sal» sobre las partes expuestas y frágiles, para hacerlas vibrar y mantenerlas vivas. Y para recordarnos que la fe, si es auténtica, es una revolución para nuestra existencia, un despertar ardiente que nos invita a vivir de otra manera.