Ricardo Benotti
Han transcurrido cien años desde la fundación de las Hijas de San Pablo, congregación religiosa femenina dedicada a la evangelización con los medios de comunicación. Para sor Anna Maria Parenzan, superiora general, «estamos llamadas a salir, a ser apóstoles de la Palabra, por medio de una vida que se hace comunicación, encuentro, misericordia para todos». La preocupación por la crisis de vocaciones y el deseo de que la presencia de la mujer en la Iglesia «favorezca una evangelización más comprometedora, más gozosa, más bella».
Hace poco que se han cerrado los festejos por los cien años de la fundación de las Paulinas y sor Ana Maria Parenzan, superiora general de las Hijas de San Pablo, tiene bien clara la dirección que deben seguir las 2.500 co-hermanas que del apostolado de la presa hacen su misión: «Escuchar el corazón de Dios, el corazón de la Iglesia y de la humanidad, hacerse apóstoles nuevas que se abren cada día a la esperanza y tienen el gusto de soñar, como Pablo, nuevos caminos para que la Palabra ‘corra y se difunda’».
¿Qué quiere decir ser una paulina hoy?
Ser religiosas «paulinas» quiere decir ser personas que, siguiendo el ejemplo del Apóstol Pablo, viven a Cristo y lo comunican con el testimonio y con todas las formas y lenguajes de la comunicación.
Estamos llamadas a actualizar el anhelo misionero de Pablo: hacerse «todo para todos», asumiendo para la evangelización todos los nuevos descubrimientos del progreso. Estamos llamadas a salir, a ser apóstoles de la Palabra, por medio de una vida que se hace comunicación, encuentro, misericordia para todos.
¿Cómo se puede testimoniar la misericordia?
La misericordia para nosotras se manifiesta sobre todo en hacer la caridad de la verdad, para despertar las conciencias dormidas, vencer la ignorancia, presentar la belleza, la fascinación de ser cristianos; narrar el gozo de un encuentro que ha transformado nuestra existencia.
En Italia, el número de religiosas se ha reducido a la mitad en cincuenta años. ¿Es que la vida consagrada ya no atrae?
Una de las dificultades, especialmente en el continente europeo, está en el bajo número de vocaciones. Las motivaciones son muchas. Ciertamente interrogan/cuestionael estilo de vida consagrada y la capacidad de atraer con la fuerza del testimonio, a través de una calidad de vida cristiana cada vez más auténtica. El Papa Francisco nos recordaba que la difusión del Evangelio no está asegurada ni por el número de personas, ni por el prestigio, ni por la calidad de los recursos sino por el amor de Cristo y por el dejarse conducir por el Espíritu Santo.
Pienso que el secreto de la fecundidad vocacional está precisamente en la capacidad de dirigir a los jóvenes, a quienes nos acercamos, la palabra misma de Jesús: «Venid y ved».
Una palabra de transparencia, de alegría, de autenticidad de vida. Otra preocupación, derivada de la bajada numérica de las vocaciones, es el aumento de la edad media de las hermanas, con las consecuencias que esto comporta para la gestión de las actividades apostólicas y para la vida comunitaria.
¿Es un problema que respecta solamente a la vida religiosa o, más generalmente, al modo de vivir la fe?
Tal vez en la base de toda dificultad, hay una fe debilitada respecto del pasado, una menor capacidad de creer hasta el fondo que el Señor está con nosotros y que precisamente desde nuestra situación de pobreza, de fragilidad, de debilidad, quiere emanar su luz. Una fe robusta podría permitirnos realizar aquellos milagros que nuestras primeras hermanas realizaron: milagros de apostolado, de santidad, de misión. Ya en el lejano 1926, don Alberione constataba que «el mundo necesita una nueva, amplia y profunda evangelización. Se necesitan medios proporcionados y almas encendidas de fe».
«No se puede comprender una Iglesia sin mujeres, pero mujeres activas en la Iglesia, con su perfil, que llevan adelante». Lo ha dicho el Papa Francisco durante el vuelo de retorno de la JMJ de Río de Janeiro.
Me parece que la más bella imagen de la Iglesia-mujer y del rol de la mujer en la Iglesia la ha dado el Papa Francisco cuando invitó a «comunicar el rostro de una Iglesia que sea la ‘casa’ de todos» y «hacer redescubrir a través de los medios de comunicación social la belleza de la fe, del encuentro con Cristo». Papa Francisco dice que la Iglesia debe dejar de permanecer lejana de las necesidades de las personas, demasiado prisionera de los propios lenguajes. Debe volver a redescubrir las vísceras maternas de la misericordia. En otras palabras, debe hacer espacio al misterio de Dios de modo que este pueda encantar a la gente, atraerla.
Verdaderamente «sin las mujeres la Iglesia se arriesga a la esterilidad», porque «el resultado del trabajo pastoral no se apoya en la riqueza de los recursos, sino en la creatividad del amor». Para nosotras, mujeres, hablar de Dios, anunciar su Palabra, asume el sabor del testimonio, de la fascinación, de la belleza.
Así pues, ¿se está abriendo un espacio nuevo para las mujeres en la Iglesia?
Tengo en el corazón los ojos luminosos de tantas hermanas mías ancianas que comunican la belleza de la fe incluso en la enfermedad, en la disminución de las fuerzas: son personas plenamente realizadas porque lo han dado todo, no han reservado nada para sí mismas. Quisiera recordar el ejemplo de una mujer involucrada en la evangelización, sabiacolaboradora en la obra del Fundador desde el lejano 1915: la venerable sor Tecla Merlo, nuestra cofundadora, «verdadera mujer asociada al celo sacerdotal». Nos decía madre Tecla: «Llevad el color del Evangelio a tantas personas que nos esperan». Nos auguramos que también hoy la presencia de la mujer favorezca una evangelización más comprometedora, más gozosa, más bella.